No, no se trata de una nueva modalidad dietética ni de un método milagroso para adelgazar este verano (aunque probablemente exista alguna con este nombre), sino de conocer cuál es el tipo de alimentación que se debe seguir cuando decidimos emprender este viaje.
Por una cuestión religiosa, por deporte, para liberarse del dichoso estrés, para encontrarse a uno mismo o conocer gente nueva… son muchos los motivos que nos pueden llevar a realizar el Camino de Santiago, pero en todos los casos se recorren el mismo número de kilómetros (25-30km/dia de media) y se produce un gasto importante de energía.
Para conocer las calorías que se consumen diariamente influyen numerosos factores como la edad, altura, peso, velocidad a la que se camina, número de km diarios… aunque sí se pueden seguir unas pautas dietéticas comunes para afrontar con energía cada etapa, aportando los nutrientes necesarios y asegurando una óptima recuperación tras cada jornada.
Recurrir a la camino para perder peso es una mala idea; no es recomendable realizar dieta de adelgazamiento ya que nuestras necesidades se ven incrementadas y no llevar una correcta alimentación y reposición de líquidos y nutrientes puede desencadenar en algún problema de salud.
Del mismo modo que se debe realizar un entrenamiento previo al comienzo de la peregrinación, también es fundamental planificar las comidas.
La AESAN (Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición) publicó en el año 2004 un decálogo para fomentar una buena alimentación entre los peregrinos.
Entre sus consejos podemos destacar la importancia de la hidratación durante todo el día, asegurando portar el agua en la mochila, además de contar con alimentos energéticos que pueden ayudarnos a combatir el hambre, la fatiga o una posible bajada de azúcar. Estos alimentos pueden ser frutas, frutos secos, barritas energéticas o chocolate, entre otros.
Las comidas a lo largo de las etapas deben aportar energía sin provocar malestar digestivo o pesadez, ya que hay que continuar caminando tras la ingesta, por lo tanto, es conveniente decantarse por menús livianos y tentempiés ligeros cada cierto tiempo.
El desayuno debe ser completo y abundante. Lo ideal es que contenga una ración de cereal, como galletas tostadas, un bocadillo, cereales de desayuno… además de un lácteo y algo de fruta fresca. Si se desea, también podríamos incluir un alimento proteico, como huevo o fiambre.
Normalmente el desayuno se realiza muy pronto y es probable que los bares estén aún cerrados a esas horas, por lo que es importante contar con este detalle la tarde-noche anterior y comprar lo necesario si no se dispone de un establecimiento abierto.
Durante la etapa se recomienda ir tomando cada 1-2 horas alimentos como frutos secos, fruta o incluso algún pequeño bocadillo.
Lo ideal es realizar la comida principal una vez finalizada la etapa, aunque sea a media tarde. Esta comida debe aportar suficiente cantidad de hidratos de carbono, vitaminas y minerales y proteínas. La mejor manera de conseguirlo es tomando una ración de hidratos (arroz, pasta, legumbre, patatas…) con verdura o ensalada y una ración de carne, pescado o huevo.
En los menús del peregrino que se ofrecen en los distintos bares y restaurantes a lo largo del camino, siempre encontramos estas opciones.
Por la noche se suele realizar la cena temprano, así que bastará con una ensalada y algo de pan, un bocadillo y fruta, pescado blanco con patatas, yogur o leche con cereales…
En muchos albergues existe la opción de cocinar así que se puede comprar en una tienda del municipio al que se haya llegado y realizar una cena ligera en el albergue, además de preparar el desayuno del día siguiente.
La hidratación es muy importante y siempre se debe llevar agua en la mochila. A partir de las 2 horas de jornada la bebida debe contener sales minerales, sobre todo si el día es caluroso, para reponer la pérdida de electrolitos por sudor, así que pasaríamos de beber agua sola a una bebida isotónica.