Amanecemos antes porque la previsión del tiempo no es muy favorable, que digamos. A las 12 alcanzaríamos los 40 grados, así que cuanto antes salgamos, mejor. A las 6 estamos en pie, y comenzamos con la rutina matutina (aunque esta vez, y al contrario que el primer día, sin la ayuda de Paula). Pero nos apañamos: levantarse, ducharse, que Lola y Yago se despierten (sobre todo el pequeño de la casa, que por la noche no le cuesta nada mantenerse despierto, pero por la mañana…).
A las 7 un desayuno en el albergue para recopilar energías, y a por ello que fuimos.
Comenzamos a caminar y nos vamos encontrando con otros tantos peregrinos con los que ayer coincidimos. La primera parte de esta etapa ha sido lenta: hemos ido poco a poco, los toboganes nos ralentizaban el paso. Así que la dinámica ha sido un poco esa: adelantamos a otros viajeros, nos adelantan ellos a nosotros; y así sucesivamente.
Llegamos a Antxoriz; parada técnica y rutina de rigor: pies al pilón de agua, cambio de calcetines, un plátano para mantenernos activos… Vamos con la idea de picar algo allí, pero resulta que el pueblo solo tiene un bar y está cerrado por avería. Probamos suerte en el siguiente pueblo… pero nada. Eso sí; hemos podido reponer el agua en la única fuente que encontramos.
Seguimos adelante con la idea de poder comer algo en el siguiente pueblo al que lleguemos, pero no encontramos más. Así que, salvo paradas técnicas obligatorias, esta etapa la hemos hecho del tirón. Eso sí, hemos coincidido con Beatriz, que es trabajadora social y con la que Lola ha hecho muy buenas migas. Yago ha aprovechado los descansos para trepar muros. Cada uno, con lo suyo.
Dejando atrás el pueblo, nos hemos encontrado con una bifurcación: por un camino, el río; por el otro, el camino tradicional. Eso sí, mucho más estrecho y dificultoso. Nosotros, yendo como vamos… optamos por el camino del río.
Y, al fin, llegamos a Pamplona. Lola está emocionada: hemos hecho el recorrido de los San Fermines y después la foto de rigor en el Ayuntamiento. Y, ahora sí, comemos y reponemos fuerzas.
Luego nos hemos ido directos al hostal, que es una residencia de estudiantes reformada y que, en períodos no escolares, se convierte en un hostal.
La siesta, como el primer día, ha sido completamente necesaria para después salir a pasear por el centro de Pamplona. Nos ha dado tiempo para hacer un poco de todo: hemos entrado en el Centro de Interpretación del Peregrino, donde hemos podido conocer un poco más de cerca la historia de la ciudad, del Camino de Santiago en esa etapa… y nos hemos reencontrado con Javier y Margarita, los abuelos de Aitana; la familia que ya en 2018 nos agradeció la iniciativa que estamos llevando a cabo por los niños y niñas con AME.
Segundo día y segunda etapa, completados. Mañana más, y mejor.
Estamos deseando comenzar y compartir con todo el mundo nuestra experiencia; queremos ayudar a Fundame con la investigación, con los tratamientos y sobre todo con la visibilidad, que nadie se quede sin saber que esta enfermedad rara existe y todos los niños merecen vivir de la mejor manera posible.
