Nos despertamos en la tranquilidad de San Juan de Ortega. Sin duda, es un pueblo al que venir a perderse; se respira paz.
Aunque mi cabeza se ha activado a las seis menos cuarto, he esperado a las seis para despertar a los niños. Rutina de cada día y a comenzar la etapa.
No sé si es porque aún estamos con el sueño metido en el cuerpo pero, de vez en cuando, Yago y yo tenemos conversaciones… especiales. Me ha preguntado si vamos a ir a ver a los dinosaurios. Le he explicado que no, que los dinosaurios se extinguieron, ya no existen. Pero él seguía en sus trece: que sí que existen, que viven en la isla de los dinosaurios. De nuevo le he explicado que no, que murieron hace muchos millones de años. Su respuesta ha sido la siguiente: Ah, vale. ¿Cuando la yaya era bebé?
Pasando por Agés, a dos o tres kilómetros de San Juan de Ortega, nos hemos cruzado con los peregrinos con los que solemos encontrarnos. No hemos pasado inadvertidos, porque hemos atravesado el pueblo al grito de: “¡Niña, no te vuelvas a dejar el casco!”… en referencia, por supuesto, a cuando ayer Lola se lo dejó olvidado en el columpio.
Ha sido una primera parte de la etapa muy bonita, y que me ha traído recuerdos de mi infancia. No sé si es cosa de los pueblos de la zona, que siguen usando leña o qué, pero todos olían a como lo hace el pueblo de mi padre.
Un rato después hemos pasado por una granja a partir de la cual comenzaba la subida de Atapuerca. Hasta el momento, posiblemente la cuesta más complicada.
Nos ha costado, hemos subido poco a poco, pero al final lo hemos conseguido. Hemos llegado a la famosa cruz de Atapuerca y hemos iniciado el descenso. Hemos ido con motivación extra, porque Tania nos estaba esperando en un pueblo cercano para continuar juntos.
Y, por fin, hemos llegado a Burgos sobre las dos de la tarde. Hemos hecho rápidamente el check in porque a las dos y media teníamos entrevista con la Cadena Ser. Después de eso nos hemos duchado y demás, pero mi idea era descansar un rato en casa y después ir a ver la catedral de Burgos. Sin embargo, Lola tenía otros planes: quería despedirse de su amigo Connor, que tiene que descolgarse unos días por temas de trabajo, pero que se reengancha en León. Así pues, hemos quedado con ellos.
No te creas, nos ha costado llegar. Nos hemos tenido que parar en cada uno de los parques que nos hemos ido encontrando por el camino.
Cuando por fin hemos llegado, nos hemos parado a comer en un restaurante de la Plaza del Ayuntamiento. He aprovechado que estaban Tania, Marina, Connor y compañía para ir a sellar las credenciales, mientras Lola y Yago estaban entretenidos con ellos.. Nos las habíamos dejado en casa, así que… 20 minutos de ida, 20 minutos de vuelta, y por fin credenciales selladas.
Hemos visto la catedral y nos hemos vuelto a casa. Nos hemos despedido de Connor, lo que a Lola le ha dado mucha pena porque es muy majo. El descanso es necesario. Hemos comprado para hacernos unos bocadillos (nos ha pillado la típica tormenta de verano volviendo a casa), cena y a dormir.
Me paro mucho a pensar en la grandísima suerte que tenemos por todo el apoyo que estamos recibiendo constantemente. Sin ir más lejos, Paula nos transmite los ánimos y la emoción de las personas que nos siguen. Nos halaga y nos abruma a partes iguales tantísimo reconocimiento, tantas fuerzas y energía que recibimos cada día, a través de redes sociales, de mensajes de amigos, familiares… Así que aprovecho para daros a todos las gracias por acompañarnos en este camino tan bonito como necesario.
Nos vemos mañana en la siguiente etapa.
Estamos deseando comenzar y compartir con todo el mundo nuestra experiencia; queremos ayudar a Fundame con la investigación, con los tratamientos y sobre todo con la visibilidad, que nadie se quede sin saber que esta enfermedad rara existe y todos los niños merecen vivir de la mejor manera posible.
